4

El fin de las utopías nos dejó este desencanto que no acaba.
Estas partículas amargas que flotan en el aire
Y lo contagian todo
Con algo que parece un furor por las causas perdidas.
Una demente vocación por el arrebato.
La osamenta de una ballena a la orilla de la playa
Que un sujeto de bigote pegoteado
Intentó hacernos creer, durante un documental,
Que quizá se tratase de la prueba de Dios.

La muerte de la historia terminó siendo blanda y huidiza
Como el cuerpo humano. Huesos, cartílagos.
Los islotes de Langerhans.
El pinchazo de la aguja sobre la piel cerúlea.
La lenta y oscura obstinación de los órganos internos.
Como el amor postal de las novias muertas.
Camino al cielo, lo único que sacamos en claro
Fueron sus escaleras rotas.
Las flacas y melancólicas víctimas de los barbitúricos.
Los previsibles herederos de pergaminos secretos.
Un viejo alcohólico y con caspa a quien Jesús reyes
Y yo encontramos derrumbado
Una noche ya remota en el banco de una plaza
Y quien, en medio de la borrachera,
Denunciaba una hilera de intrigas escabrosas
En cierta célula insurgente
Activa durante la década de los años sesenta.

Es fácil verlo ahora: las escaleras eran laberintos.
Algunos se perdieron dentro de ellos.
Todavía se escuchan sus gritos
Los domingos por la tarde.
Al resto, los que quedamos,
Nos quedó el amargo cansancio de la parodia.
La erudita meticulosidad
De los diccionarios descatalogados,
La pintura del Bosco.

Ahora es fácil decirlo, cuando ya no sirve de nada:
No hubo tal cosa como un fracaso. No hubo estridencias.
Nuestra época desapareció en dirección a la nada.
Leyó su sentencia de muerte en un folleto de temporada
Mientras allá, a lo lejos,
Una muchacha en ropa interior se pintaba el pelo de color azul
En un baño diminuto, escuchando una canción de The Cure.

Nuestra época se lanzó una noche por un precipicio,
En un carro con las luces encendidas
Donde un conductor borracho escuchaba
Una canción de amor interpretada por alguien que no sabía amar.
Quisiéramos pensar que no sufrieron,
Por el solo deseo de darnos ánimo.
Hacernos olvidar la inutilidad de las tragedias.
Náufragos que no pudieron con las olas más altas.
Figuras suspendidas bajo el agua,
Prendidos del sueño de los calamares,
Como niños ahogados que nadie se tomó el trabajo de rescatar.

Pedro Enrique Rodríguez