No enseñaré a mi hijo a trabajar la tierra
ni a oler la espiga
ni a cantar himnos.
Sabrá que no hay arroyos cristalinos
ni agua clara que beber.
Su mundo será de aguaceros infernales
y planicies oscuras.
De gritos y gemidos.
de sequedad en los ojos y la garganta.
de martirizados cuerpos que ya no podrán verlo ni oírlo.
Sabrá que no es bueno oír las voces de quienes exaltan el color del cielo.
Lo llevaré a Hiroshima. A Seveso. A Dachau.
Su piel caerá pedazo a pedazo frente al horror
y escuchará con pena el pájaro que canta,
la risa de los soldados
los escuadrones de la muerte
los paredones en primavera.
Tendrá la memoria que no tuvimos
y creerá en la violencia
de los que no creen en nada