Por mi cuenta y riesgo

                  Yo puedo soñar maniáticamente, convencerme de algo, disentir de todos los principios establecidos, renegar (de manera intransigente) contra la mediocridad que me circunda. Puedo esperar que otros combatan por mi propia comodidad. Puedo, simplemente recorrer las Avenidas, pasearme solo por las calles como un fantasma, dedicarme a la natación o emborracharme frenéticamente sin que ello constituya una razón estratégica valedera.
Yo puedo soñar, amar; puedo amar nuevamente. Reincidir en el amor y esto no hará desaparecer la imagen terca del muchacho que apunta con el fusil pegado a la cara mugrienta y sudorosa. Esta visión simple me obliga a revisar mis actos cotidianos, a estos pequeños gestos, sin ninguna trascendencia, que presuntuosamente llamo mi vida. Estos malditos hábitos que me encadenan, me convierten en un producto en serie: estos reflejos condicionados por una sociedad que he decretado mala no pueden diferir tampoco la imagen del muchacho y del fusil que amedrenta mis pesadillas.
                  Yo puedo soñar maniáticamente, es cierto. Y nadie puede inhabilitarme para ello. Siempre tengo a mano una razón convincente.
                  Yo no me considero una víctima irreparable, sin embargo comprendo que a mi alrededor se está jugando algo que me atañe demasiado.
                  Eso impide mantenerme al margen. Me señala.
                  Pero que la llama se levante en mi propia raíz
                  que sea llama real
                  llama de pólvora rebelde
                  del plomo derretido
                  en las manos y en las uñas de otros.
                  Que por el fusil apunta un ojo distinto a mi ojo, astigmático, cierto! Pero ojo capaz de precisar la mira. Que mi cara afeitada casi diariamente, lavada, refrescada con diversas porquerías comerciales la sienta más inmunda que el rostro que pienso mugriento y sudoroso.
                  Es algo que no puede sacudirse. No me permite reconciliarme conmigo mismo. Y eso me hace sentir forastero, desapropiado.
                  Está claro que uno sueña. Y que uno tiene derecho a soñar. Y que los sueños a veces nos transforman en héroes. Además somos animales razonables. Quizás si no estuviera al lado de una mujer tan hermosa, si no estuviera enamorado de Ella. Mentira! Bueno también están los hijos. Mentira! Mentira! Miedo. Eso es todo.
                  Yo puedo soñar maniáticamente. Mejor dicho tengo veinte años que no hago otra cosa. Ello nunca me produjo un centavo de ganancia. Tampoco perdí nada. Soñaba simplemente. Cuando me cansaba de soñar bebía. El otro día en medio de una hermosa borrachera alguien me confió que había visto cómo asesinaban a un estudiante, amigo nuestro. Desde entonces la cerveza se ha ido poniendo cada vez más amarga. Supongo que debe tratarse de un cambio en el procedimiento de elaboración. O ha sido alterada la proporción de los ingredientes. Cuestión de economía, seguramente. Lo cierto es que la bebida me hacía más y más daño. También puede tratarse de rutinarias dificultades hepáticas. Eso suele ocurrir.
                  Y la imagen del fusil.
                  Y el rotro del muchacho que uno conoce porque ha aparecidos tantas veces a la mitad de un sueño.
                  Y el párpado abierto a la mira.
                  Y el otro párpado cerrado en el ojo.
                  Y cuando se ama intensamente.
                  Y cuando se sueña.
                  Y cuando hay miedo.
                  Yo puedo soñar maniáticamente. Pero, no puedo esperar que siempre otros combatan por mí. Algún día tengo que hacerlo, directamente… por mi cuenta y riesgo.

José Lira Sosa