Pesadumbre en Bridgetown

Un perro que seguramente es negro
Ladra en el jardín del edificio vecino.
La guerra concluyó hace pocos meses
Y aún se desconoce la cifra precisa de los muertos.
En mi país no hay ley.
Las luces de los autos a lo lejos
Sugieren que hay destinos
Inmediatos por ser cumplidos.
Hay luna llena y la silueta del cerro
Abarca todo el horizonte.
Más allá de sí misma la montaña infunde en mí
La alegría por lo que está detrás:
Todas las direcciones posibles
Con tan sólo apuntar la voluntad
Sin el artificio de la brújula.
¿Hay algo, además del miedo,
Que impide poner el punto final?
Un hombre viejo y sanguíneo
Me pregunta en una tarde de enero,
Entre sorbos de café,
“¿qué va a pasar con todo esto?”
Luego, llegando la noche en que esperamos el tren,
Comenta: “Cuántas veces la tristeza
Amenaza con hacerse naufragio,
Miro el cielo y trastoco mis monólogos,
Exageradamente lúcidos,
En un diálogo conmigo mismo
Mientras ato el trazado de las constelaciones”.
Una vez dejamos el andén
Va tomando cuerpo la monotonía
De los vagones sobre los durmientes
Y nuestro silencio:
No pensamos en nada
Estamos allí
Absortos
Como si ni siquiera nuestras vidas
Fuesen materia
Para la displicencia del olvido.

La foto debe ser del año sesenta y dos,
Le digo a mi hija.
Son tus abuelos que apenas van
Más allá de los cuarenta.
Mi padre está de pie sobre el muelle
Con las manos detrás y risueño.
Mi madre también ríe
Desde una silla de aluminio plegable.
Dos botes vacíos descansan atados
A las piedras más cercanas.
Ambos miran algo
Que jamás sabremos qué fue.
Ese viento sabroso que nos invade el ánimo
Viene de las cosas que suponemos
A partir de otras.
Para ellos vivir ha sido
Reducir las mayores distancias.
Deban brazadas largas en el agua;
Nosotros avanzamos poco a poco
Buscando los mismos dioses,
Nos multiplicamos,
Y cada vez más nuestros rostros
Llevan el sello del mismo trastorno.

No logro discernir lo que dice
El vuelo solitario de la golondrina.
Pero sé que hay algo
En el recuerdo que conservo de un caballo
Espantándose las moscas con la cola
Y tolerando gustoso el peso
De dos golondrinas.

                           -esta es tu ciudad,
Esto, tu país,
La zona más grande aún
Es América.
Toda esta cosa redonda es la tierra
Que junto a otras
Da vueltas alrededor del sol.
Muchos soles van juntos
Divagando en el espacio.
El universo es infinito,
No termina nunca.
                           -¿Y dónde empieza?
Per omnia secula seculorum
Entona con eco el sacerdote
Y nosotros respondemos amén.
¿Habrá escuchado alguien nuestras oraciones?
¿Acaso a alguien más que a mí
Van dirigidas mis plegarias?
Las voces pueblan la capilla
Como si las aguas inundara el cuenco
Y de una sola vez apaciguaran
Y lo llenaran todo con su sosiego.
¿Acaso no es suficiente la paz
Que nos toma desde la garganta
Y termina por hacernos livianos,
Acústicos,
Otros?
No es el dios de la cruz,
El que le sangran las manos,
Es éste que se ilumina
En la respiración acompasada de mis vecinos,
Es éste que suda en las manos
De la mujer a mi lado.

Quiero saber si hoy vive en mí
Aquel que ataba las ratas por el cuello
O si estoy colonizado por el temeroso, el taciturno,
El que jamás pudo alcanzar la otra costa del río.
Quiero escuchar mis latidos
A ver si en ellos anida el soplo de los arrojados.
¿Estará impartiendo instrucciones el eficaz,
El persistente,
Ése que tan cansado me deja,
Ése que me traer como un perro automático
Por entre las latas que refulgen
Con las primeras luces de la noche?
¿Cuál de ellos alzará la voz
Con mayor elocuencia?
¿A quién obedecerá este cuerpo
Que no sabe a cuál de todos pertenece?
¿Dónde estará el que se arrobaba a los quince
Con la sonrisa de las mujeres
Recién dispuestas para el amor?
¿Vivirán todos siempre en mí
O alguna comenzará a irse?

En el piso cuarenta y dos un hombre respira
Y trata de distinguir entre el sonido del aire,
Mientras sube y baja por entre sus entrañas,
Y el del ir y venir de su corazón.
Este hombre además se mira las manos
Y incluso examina con pruebas de movimiento
La flexibilidad de sus piernas.
Se observa en el espejo y se encuentra demasiado lívido.
Regresa a la cama y ya los ruidos de su cuerpo
Están por llevarlo al colapso.
Lanza bramidos, resopla, tomado por el mayor temblor
Ruega a dios que le devuelva
El paso natural de la respiración.
En esto que avanza hacia no se sabe dónde
El corazón no halla su sitio
Y desde el punto más alto de su humanidad
Bajan unas gotas de sudor, heladas.
No había nadie a su lado cuando quiso precisar
Dónde nace cada uno de los ruidos
Que el agua va hilando cuando corre
Entre las piedras del lecho.

         ¿Qué es lo que más te gusta?
         -Los mares de abajo.
         No son muchos. Es un solo. Es el Caribe.
         Bueno, el Caribe.
         ¿Por qué te gusta tanto?
         Porque es libre.
         ¿Cómo es eso?
         Es libre porque hay muchos barcos.
Y es frío y puedo bañarme en calzoncillos,
Pero no lo quiero cuando anda muy rápido
Y se lleva las palas y los tobos.

El primero de mayo de 1988
Gorbachov saludaba desde el mausoleo de Lenin.
Larguísimas filas de gente
Alzaban unas lonas muy grandes
Con el rostro de Engels, Marx y Vladimir Lenin.
Lo que el deseo y la fuerza de los zares fue uniendo,
Lo que Stalin, implacable,
Hizo aún más grande,
Regresa ahora como una dulce venganza
Al decoro, ilustre,
De las comunidades pequeñas.
El poder en un solo punto concentrado
Explota como una estrella avara.
“Repartir, compartir”
Dos verbos que voceaba mi madre
Cuando sus hijos aún salvajes
Acumulaban para sí todos los tesoros.
“Cada cosa en su lugar,
Todo es de todos”
Decía en el límite
Entre la angustia y la furia.
No hay fuerza que sobreviva
Al tono de las piedras de David.
Tres días bastan
Para que el cuerpo embalsamado de Lenin
Viaje en un camión hacia una plaza modesta.
En San Petersburgo, el mismo mayo,
Mientras caía la nieve
Vartam veía el “Aurora” desde el cuarto del hotel
Y decía en voz muy baja:
“No puede ser,
No es suficiente”.

La tierra negra aún fértil
Es tierra de cemento en el estómago,
De cuervos volando a ciegas
Entre los pulmones y el corazón.
Es esto que cada día pesa más
Sobre los párpados.

Es esta marea que crece
Y no me deja ver más allá
De mis paredes
Y de un aparato revelador
De la incalculable mediocridad del mundo.
El vidrio de imágenes
Parece afirmar con su estulticia
Que más allá de nosotros
Abundan los ojos que no saben leer,
La rapacidad y la miseria,
Las frutas podridas,
Los árboles secos.

Veo una tierra negra y húmeda
Que nos suprime
Y pienso en la pulida semilla
Que orgullosa ostenta su lumbre.
Es el deseo,
Es la luz
Que así como nos dona
El rayo del entendimiento
Nos abandona,
Es la luz
Que así como nos dona
El rayo del entendimiento
Nos abandona,
Nos pudre
E invita al fuego a rendir cenizas
Con nuestros huesos.

A quienes los anima una costa
Van joviales hacia su destino.
La tierra negra de nuestro sitio
Es un bozal atado a las orejas.
La vejez debe ser este dolor aterido
A los pies,
Esta densidad del cielo
Como si por dentro de los huesos
Morase plomo y cobalto.

En la tierra negra una estaca
Y sobre la estaca un cuervo
Satisfecho
Pétreo
Estúpido.

Rafael Arráiz Lucca